Cuando hablamos de la ética, muchas ideas vienen a nuestra mente: “portarnos” bien, hacer lo que las normas (e incluso leyes) y las buenas maneras establecen, convivir con el de al lado, no cometer ilícitos ni indiscreciones; estas concepciones convergen en que debemos diferenciar entre lo bueno y lo malo para vivir en armonía con nuestros semejantes.
Ciertamente, la ética es una rama de la filosofía que abarca el estudio de la moral, la virtud y el buen vivir; se trata de una característica que debiera ser intrínseca a todos los seres humanos, dado que nos infunde bienestar en amplios sentidos.
Se dice que la sociedad actual está sufriendo una carencia de valores: la intolerancia, la violencia en las calles y dentro de la familia, la deshonestidad en nuestros dirigentes y jefes, son sólo ejemplos en los que nos basamos para asegurar que la ética, los valores y la moral están en decadencia.
Cuando observamos este panorama y lo vemos reflejado en nuestro ámbito de trabajo, los profesores del nivel universitario nos preguntamos si estamos a tiempo de colaborar en algo para que el futuro profesional se comporte con ética. La respuesta a esta interrogante nos permitirá poner manos a la obra y lograr que nuestro aporte sea una realidad.
La pequeña sociedad que formamos los profesores y los estudiantes, dentro de la escuela, es un punto de reunión muy importante donde es posible hacer mínimos cambios que se reflejen en el futuro profesional, para que sea un ente ético, responsable de su proceder en el ámbito laboral, familiar y personal.
Aunque muchos se empeñan en hacer de la docencia una actividad poco agraciada, esta sigue siendo una labor digna donde la mejor recompensa que recibe el profesor es el reconocimiento de los estudiantes, quienes nos siguen observando como un modelo a seguir. Por lo tanto, los profesores debemos preguntarnos de qué manera educamos y orientamos a nuestros estudiantes, y si esa orientación es congruente con nuestras actitudes y acciones.
¿Qué piensan los estudiantes de los profesores que no se actualizan, que toman decisiones unilaterales o que son intolerantes, pero que predican que los alumnos deben estudiar diariamente, además de saber trabajar en equipo en un ambiente cordial y de compañerismo? Cabe preguntarnos si en la docencia universitaria existen profesores que asumen este perfil.
Morín (1999) indica que “la incomprensión de sí mismo es una fuente muy importante de la incomprensión de los demás” a razón de que cuando conocemos nuestras debilidades, nos encargamos de cubrirlas, para que nadie las observe y nuestra fama de perfección siga intacta.
Todos en algún momento de nuestra vida estudiantil, conocimos al profesor que es egocentrista, el cual se vanagloria de los conocimientos que tiene, señala a los estudiantes de acuerdo a su desempeño y evita la comunicación personal con los estudiantes. ¿Será que realmente, como lo indica Morín (1999), cubrir “las carencias y debilidades” los hace ser “despiadados” con quienes lo consideran el ejemplo a seguir? ¿Este tipo de actitudes serán éticas? Peor es cuando nosotros somos este personaje y no lo reconocemos.
Como profesores, tenemos la autoridad calificar a los estudiantes como excelentes, buenos, estudiosos, malos, flojos. La pregunta es: ¿cómo es posible que hagamos esto si no somos capaces de reconocer nuestras propias características? Quizás exaltamos aquellas que nos hagan buenos, pero siempre cuesta trabajo (y en ocasiones hasta dolor) reconocer nuestras debilidades.
El problema real es que señalar o clasificar a los alumnos puede perjudicarlos en diferentes grados, como lo dice Morín (1999): “Si el rasgo es favorable, habrá desconocimiento de los aspectos negativos de esta personalidad. Si es desfavorable, habrá desconocimiento de sus rasgos positivos. En ambos casos habrá incomprensión”.
La actividad de clasificarlos en forma favorable puede ocasionar que el alumno desarrolle una personalidad segura de sí misma, que diferencie entre las cosas que es capaz de mejorar, con iniciativa y proactivo; pero, ¿qué pasaría si esas características son reconocidas de tal manera que el estudiante se pierda en sí mismo? Entonces no distinguiría sus defectos: ¿quién sería la persona indicada para señalárselos? Si el profesor es quien lo tildó de “excelente”, tiene la responsabilidad de indicarle “los aspectos negativos” para que los tenga en cuenta en su desempeño, no para ocultarlos, sino para moderarlos y obtener mejor provecho de su manera de conducirse.
Pero esto no es todo, cuando un alumno potencial se esconde tras una persona tímida, con temor al rechazo y a equivocarse, el “espíritu reductor” del profesor, de manera inconsciente (porque no se da cuenta, e incluso porque aún notándolo sigue en la misma vertiente), evitará que se desarrollen esas características dado que solamente observa lo malo en él.
Esta forma de clasificarlos, además de verse influenciada por el egocentrismo y el espíritu reductor, de acuerdo a como Morín (1999) define estos conceptos, la mayoría de las veces se ve obnubilada por la simpatía o rechazo que el profesor sienta hacia la personalidad o incluso al aspecto físico del estudiante.
Precisamente, las actitudes del profesor egocentrista, con espíritu reductor impositivo y con “apertura subjetiva” hacia los favoritos de la clase, hacen que la actividad docente no se ejerza con tolerancia, pues no logramos conocer realmente al estudiante y no ejercemos una de las funciones más importantes que tenemos, que es la de formar futuros profesionistas que ejerzan con profesionalismo.
La tolerancia “supone un sufrimiento al soportar la expresión de ideas negativas o, según nosotros, nefastas, y una voluntad de asumir este sufrimiento. Existen cuatro grados de tolerancia” de acuerdo a Morín (1999). En el aula podemos observar estos niveles en situaciones tales como cuando no permitimos que el estudiante exprese sus ideas porque tenemos la idea preconcebida de que sus comentarios no son adecuados para la clase, o porque serán contrarios a la opinión que nosotros estamos sosteniendo.
En alguna ocasión, sucederá que tenemos que reconocer que las ideas que hemos proporcionado no son acertadas pero, ¿qué sucedería si quien corrige es el estudiante?, ¿y si lo hace frente a todo el grupo?, ¿o frente a otros compañeros? Seguramente un profesor intolerante no permitirá que el alumno ejerza su derecho a la expresión y tachará de incorrecta la información que provea.
Las características y situaciones mencionadas hacen ver que el panorama es muy oscuro y que la balanza siempre cede ante la presión del profesor. No siempre es así. Hay profesores que son lo opuesto, los llamados por los estudiantes “buena onda” que son condescendientes con los estudiantes, ponen límites pero no los hacen valer, generalmente se caracterizan por tener una gran apertura subjetiva.
Realmente, lo que hay que buscar es el punto medio, ser exigentes cuando sea necesario, respetar ideas y opiniones, denotarles errores y aplaudirles aciertos, además de realizar todas las actividades con igualdad. De tal manera que nos hagamos merecedores de su reconocimiento.
En ningún momento debemos olvidar que los profesionales que formamos, sin importar el área en la que se desempeñarán, podrán interactuar con colegas, otros profesionistas y personas sin o con mediana instrucción. Por lo tanto, debemos mostrar ante ellos congruencia entre nuestra forma de ser, de hacer y de pensar, es decir, desempeñarnos con ética profesional.
La ética profesional responde a una actitud y compromiso que surge de la persona influenciada por un aprendizaje social que le ha ofrecido su entorno, y esto es lo que conlleva a un comportamiento ético y socialmente aceptable o a lo contrario. Si este comportamiento es consistente con sus creencias, con su compromiso social y su responsabilidad individual, la persona tendrá mayor bienestar y equilibrio emocional.
Un ejemplo claro de cómo podemos mostrar nuestra ética profesional es darle el crédito a quien lo merezca. El plagio académico, es decir, “el hurto del trabajo intelectual de otra persona” (Cerezo, H., 2006) es una actividad que es tan cotidiana que se puede creer que es algo normal. Como lo afirma Rojas (1992), este acto lo cometen tanto alumnos, profesores como cualquier otro individuo relacionado con innovación y producción de conocimientos.
Los profesores sabemos que debemos darle al autor los méritos por el trabajo hecho. Sin embargo, muchas veces no lo hacemos como debe ser, porque desconocemos como hacerlo. Los religiosos dirían “pecar por omisión o desconocimiento también es pecar”. En otras ocasiones, entre los propios profesores no nos damos el crédito de nuestros trabajos, sea por el egocentrismo o por el espíritu reductor que nos caracteriza. Generalmente, ponemos una zancadilla al dueño de la brillante idea para luego adueñarnos de ella; los hallazgos fortuitos que el compañero no ve, los reestructuramos y los convertimos en propios.
En nuestro país, el plagio académico no está considerado como un delito, aunque existen los derechos de autor, no existe un copyright por las ideas expresadas o los comentarios hechos. Sin embargo, debemos considerar esta actividad como algo que afecta a la ética con la que podemos desempeñarnos. Por lo tanto, debemos instruirnos en cómo darle el crédito al autor, además de darnos cuenta de que tomar las ideas de otro como propias no es ético.
Recordemos, ¿qué pasaría si un estudiante se da cuenta que nos robamos una idea?, ¿o de que tomamos una presentación de internet y la modificamos de manera que parezca nuestra? Si el alumno se atreve a comentarlo, nuestro egocentrismo y la falta de honestidad de nuestra parte nos impedirán reconocer este error. Si el estudiante no dice nada, le fomentaremos, en forma silenciosa, que este acto es correcto.
Como podemos observar, son muchos aspectos en los que demostramos la ética personal en nuestra profesión como docentes. No podemos olvidar que la “materia prima” de nuestro trabajo es un ser humano, un ente complejo que piensa, razona y actúa de acuerdo a las situaciones o experiencias que vive, al cual le debemos todo el respeto, si es que queremos recibirlo de él.
En la actualidad, la labor docente consiste no solamente en transmitir conocimientos a los estudiantes, sino en lograr que sean capaces de reflexionar para construir nuevos conocimientos, además de ayudarlos a:
- descubrir y asumir el sentido de su vida;
- descubrir y desarrollar al máximo el potencial de crecimiento en forma armónica e integral (desde una perspectiva global, unificadora y saludable; y a
- desarrollar competencias para relacionarse adecuadamente con el ambiente.
El profesor debe ser responsable de ser autodidacta, cuestionándose continuamente respecto a su labor, y de ser un estudiante eterno, de su área y de aquellos temas que le permitan mejorar su práctica (Lozano, M y Campos, H, 2004).
Para lograr esto debemos someternos a un “autoexamen crítico” que “nos permite descentrarnos relativamente con respecto de nosotros mismos, y por consiguiente reconocer y juzgar nuestros egocentrismos” (Morín, 1999). Debemos ser conscientes de que nuestras actitudes dejarán huella en la formación de los futuros profesionistas.
No puede haber un desarrollo integral de las personas sin un serio desarrollo de la dimensión moral y un responsable comportamiento ético basado en sus creencias y valores. Por lo tanto, el profesor no puede actuar con base a lo que sabe o que piensa, de manera que debe recibir instrucción o asesoría en el ámbito ético y de relaciones interpersonales.
El maestro debe ser un profesional crítico y autónomo, que desarrolle tareas de investigador para que reconozca mejor lo que hace y como se desempeña (Forner, A, 2000). Por lo tanto, debe someterse a una continua reflexión crítica y creativa sobre la propia experiencia persona y docente; realización de talleres que fomenten y promuevan el desarrollo de habilidades para el razonamiento, la investigación y el análisis de la propia práctica docente, son algunas actividades que el docente debe puede realizar para darse cuenta de que la ética puede fomentarse en diversos aspectos y que engrandecería su labor académica.
Sin embargo, estas actividades debemos realizarlas por iniciativa propia, conscientes y convencidos de que el beneficio que obtengamos no será solamente para nuestro trabajo, sino que podemos aplicarlos a nuestra vida cotidiana.
Por otro lado, las instituciones educativas deben considerar que sus docentes son personas que deben comprometerse y desarrollarse con un ambiente ético. Por lo tanto, deben trabajar en esta tarea, generando programas de superación y desarrollo académico, basados no solamente en actualizar los conocimientos propios del campo de acción de acuerdo al perfil profesional, sino también en relación a ética, relaciones interpersonales, además de cuestiones pedagógicas que nos permiten ser mejores personas y profesionistas.
En caso de que la institución no se encuentre interesada o no cuente con los recursos necesarios, es parte de las obligaciones no escritas, dado que no existe un código universal de ética profesional o deontológico del docente, buscar por nuestra parte el lugar más adecuado, acorde a nuestras posibilidades, para conocer al respecto del tema de la Ética.
Si el docente se ocupa de conocer respecto a lo comentado en estas líneas y después lo lleva a cabo en el lugar donde se desempeña, en consecuencia, el profesor universitario está a tiempo de lograr que sus estudiantes, adultos en formación, mantengan una congruencia entre principios y valores, identifiquen lo bueno y lo malo, para sí y los demás, además de que respeten y sean responsables con los demás.
Me gustaría terminar con esta frase: “la ética es un compromiso individual que nace en la persona y para la persona”, pues indica que si somos auténticos estaremos bien con los demás. Habrá que pensarlo.
Referencias.
Cerezo, H. (2006) Aspectos éticos del plagio académico de los estudiantes universitarios, Elementos No. 61, Vol. 13, p. 31. Recuperado el 1 de abril de 2008 de: http://www.elementos.buap.mx/num61/htm/31.htm
Forner, A. (2000) Investigación educativa y formación del profesorado. Rev Interuniver Form Profesorado 39: 33-50
Morín, E. (1999) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO. Recuperado el 09 de febrero de 2011 de http://cecte.ilce.edu.mx/campus/course/view.php?id=71 sección recursos
Lozano, M y Campos, H. (2004). El papel del docente de educación superior en la sociedad globalizada. Recuperado el 15 de febrero de 2011 de http://sincronia.cucsh.udg.mx/lozanocampos04.htm
Rojas S, R. (1992) Formación de investigadores educativos. Edit. Plaza y Valdés, México, Capítulo XVII El plagio en el trabajo científico. Recuperado el 09 de febrero de 2011 de http://cecte.ilce.edu.mx/campus/course/view.php?id=71 sección recursos
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