En los últimos años, se ha incrementando enormemente el número de individuos que padecen obesidad; el caso de Manuel Uribe, quien padece obesidad mórbida, los vecinitos que se ven simpáticos por ser regordetes, aquel que no cabe en el asiento de al lado en el transporte público, son meros ejemplos de que el estilo de vida que estamos adoptando provoca que cada vez sean más notables las personas con obesidad y que esta enfermedad sea considerada como un problema real de salud pública.
Los investigadores en salud observan que las causas de que una persona padezca obesidad son muy variadas, y el factor genético tiene grandes implicaciones; sin embargo, debemos preguntarnos si podemos hacer algo para evitar que nuestros hijos sean víctimas de esta enfermedad.
Por tal motivo, el propósito del presente documento es exponer algunos factores cotidianos que pueden estar relacionados con la obesidad infantil, a fin de que reconsideremos nuestros hábitos de vida para reeducarnos y lograr que nuestros pequeños adopten como propias estas medidas, pues lo que hacen los niños es imitar acciones de los adultos, y juntos mejoremos nuestra salud.
Obesidad: definiciones y orígenes
En la actualidad, la obesidad es considerada como una enfermedad crónica y compleja, que se caracteriza por trastornos en el metabolismo que ocasionan un exceso de grasa corporal respecto a la cantidad de masa muscular (Dávila, 2005); muchos investigadores coinciden en que se trata de una enfermedad multifactorial, es decir, que sus causas son variadas y de diversa índole.
Por citar algunas causas: el componente genético tiene grandes implicaciones, tener ascendencia obesa ocasiona descendencia con elevados riesgos de sobrepeso (Ramos, A, 1999); además, pueden generarse mutaciones en nuestros genes que ocasionen desequilibrios metabólicos, lo que puede provocar que una misma dieta origine obesidad en una persona y en otra ni siquiera un leve incremento de peso (JANO, 2010).
Raquel Remesal (2002), en su tesis doctoral sobre los aspectos psicológicos de la obesidad infantil, dice que “además del factor genético parecen existir otros factores que disparan la obesidad (los factores ambientales que facilitan y condicionan la expresión genotípica) como son la facilidad y accesibilidad de los alimentos, la tecnificación del ocio, el trabajo, el transporte y el hogar, así como las actividades recreativas sedentarias”.
Otros autores han observado que existe una relación entre el elevado peso al nacer y la factibilidad de que el niño padezca obesidad (Tene, E; Espinoza, M; Silva, M; Girón, J.; 2003), así como en el tiempo que el bebé es amamantado pues han detectado que si se le amamanta menos de 6 meses tiene mayores riesgos de padecer obesidad (Gillman, M, et al 2001).
Es importante saber que para determinar si una persona padece obesidad, se hace uso del índice de masa corporal (IMC), un cociente que relaciona peso corporal (expresado en kilogramos) entre la estatura (expresada en metros) elevada al cuadrado, lo que permite diferenciar si un paciente es obeso o solamente tiene sobrepeso; de acuerdo con el documento Cifras y datos: 10 datos sobre la obesidad (OMS, 2010) si el IMC es menor a 18 hay desnutrición severa; si es de 18 - 25 hay peso normal; si está entre 25 – 29 el paciente presenta sobrepeso o preobesidad; si es 30 - 35 hay obesidad, mientras que si es mayor a 35, se manifiesta la obesidad mórbida.
No todas las personas saben acerca de las diferencias entre peso normal, sobrepeso y obesidad; creen que si tienen las mejillas redondas ya son obesos y muchos otros que sí lo son no lo reconocen y explican que sólo están “gorditos”. Es aquí donde debe iniciar la educación de todos, comprendiendo el problema de salud que es la obesidad.
La obesidad infantil en números
La obesidad en los niños cada vez es más notoria y más grave; hasta hace algunos años, la creencia de los mayores ocasionaba que la obesidad infantil no solamente fuera aceptada, sino provocada, dado que se pensaba que mientras más “gordito y cachetón” fuera el niño, mejor alimentado y más sano estaría. Afortunadamente, los programas que tratan el desarrollo del niño sano han empezado a cambiar esta ideología, aunque no con éxito rotundo.
Se sabe que en el mundo existen más de 42 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso (OMS, 2010). Según cifras de la encuesta nacional de salud y nutrición, ENSANUT, (INSP, 2006), en México padecen sobrepeso 5% de los menores de 5 años y 26% de los niños entre 5 y 11 años. El 50% de los casos de obesidad infantil se presenta antes de los dos años de edad.
Respecto al área metropolitana, el 31.5% de la población de 5 a 11 años tenían sobrepeso más obesidad, de estos, 21.1% tenía exceso de peso y 10.5% obesidad, mientras que 10.3% de los infantes se ubicaron en la condición de talla baja. Por sexo, los indicadores tienen comportamientos similares, 21.7% de los niños tenían sobrepeso, en tanto que la cifra para las mujeres fue de 20.4%, respecto a la obesidad, 9.1% de los niños presentaron este problema y 11.9% de las niñas eran afectadas por esta situación; la proporción de hombres con talla baja se ubicó en 10.1% y en 10.5% para las niñas (INEGI, 2010).
A simple vista estos números son sólo estadísticas, pero ¿qué pasa cuando se hacen presentes en nuestra familia o nosotros formamos parte de ellas. Basta con observar a nuestro alrededor y mirar a tantos pequeños que son víctimas de esta enfermedad para darnos cuenta que estas cifras son reales y alarmantes.
La familia actual: ese es el dilema
Olvidemos por un momento que la obesidad es una entidad influenciada por el metabolismo o por la genética y pensemos que nuestras acciones no solamente afectan nuestra salud, sino la de nuestros hijos, pues aprenden lo que observan en nosotros.
Si echamos un vistazo a lo que es la familia en la actualidad, observaremos que se compone de ambos padres que trabajan por las necesidades económicas, uno o dos hijos que desde recién nacidos son enviados a guarderías o a ser cuidados por familiares cercanos. A esto hay que sumar el ambiente de inseguridad en el que vivimos.
Empecemos a desmenuzar a la familia; las mamás de hace algunos años (abuelas ahora) tenían la creencia de que el niño entre más gordito, más sanito y solía decirse que más valía gordo que de risa que flaco que de lástima. Alimentaban bien a sus pequeños; a mis compañeros de generación y a mí nos tocó que nuestras mamás se esforzaban por levantarse temprano para darnos el desayuno (que por cierto odiábamos) y a prepararnos el almuerzo, que generalmente constaba de alimentos saludables y en proporciones empíricamente balanceadas.
Los papás poco se interesaban de la alimentación de sus hijos, pero generalmente acostumbraban que los días de descanso salieran a los parques o al bosque a jugar y a realizar actividades al aire libre.
Los niños, aunque no nos gustara el desayuno, lo tomábamos sin saber que era nutritivo, llevábamos la clásica torta y la cantimplora con agua de sabor para el recreo, durante el cual corríamos y jugábamos; regresando a casa nos esperaba la comida fresca de mamá, hacer los quehaceres del hogar y las tareas escolares y, si quedaba tiempo, volver a jugar o a dar la vuelta por la calle en las bicicletas o simplemente caminando.
Veamos lo que sucede actualmente, dado que la modernidad nos ha llevado a que los niños sufran las consecuencias de una vida acelerada: debido a que ambos padres tienen que trabajar, las labores del hogar puede realizarlas otra persona ajena a la familia o los mismo padres durante el fin de semana, lo que reduce el tiempo que pasan con el niño e incluso las actividades que él puede realizar para ayudar en casa (que finalmente requieren esfuerzo físico).
Aunado a esto, la inseguridad en las calles cada vez es más fuerte, provocando que los niños ya no salgan a jugar sino que permanezcan más tiempo dentro de casa, las cuales generalmente son pequeñas (Fausto, J., Valdez, R., Aldrete, M., López, M., 2006).
Sabemos que la modernidad nos ha obligado a descansar haciendo adobes, es decir, a trabajar o mantenernos ocupados con actividades propias del hogar en los momentos de descanso, pero se ha demostrado que la actividad física puede reducir hasta un 40% la predisposición genética a la obesidad (Li, S, 2010), además, jugar con los hijos también fortalece los lazos afectivos y mejora la relación familiar.
Para evitar que ocasionen desastres en sus ratos de ocio, los padres les compran videojuegos, sean portátiles, del celular o de la computadora. No conformes con esto, los niños hacen uso de estos instrumentos durante el recreo escolar.
Aprovechando la mención de la computadora, es bien sabido que para todas las personas el internet es sumamente adictivo; y los niños no son la excepción pues ellos también hacen uso de las redes sociales (que implican otra clase de peligros). En este punto, vale la pena reconsiderar los beneficios que tiene el uso de la computadora como apoyo al aprendizaje y los riesgos de la probable adicción y sedentarismo que ocasionen en los escolares (Rodríguez, R., 2006).
Recordando otra actividad sedentaria del gusto de los pequeños, los padres les permiten ver la televisión por largas horas. Hay un estudio realizado por Moreno, L. y Toro, A. (2009), en San Luis Potosí, donde interrelacionan los hábitos de alimentación durante los periodos que los niños pasan frente a la televisión; los autores concluyen que además de fomentar el consumismo, por la abundante publicidad de golosinas y botanas, la televisión incide de forma importante en el desarrollo de sobrepeso y obesidad.
Al realizar estas actividades sedentarias, no sólo se reduce el tiempo en que son activos y se ejercitan, sino que también consumen alimentos poco saludables, para complementar las actividades (Rodríguez, R., 2006).
Es necesario que los padres moderen el tiempo que los pequeños toman para realizar estas actividades, pues no son del todo malas si se hacen con mesura. También es conveniente invitarles a comer frutas o verduras cocidas, en lugar de alimentos chatarra.
Cuando los niños van a la escuela, pocos son los que llevan un almuerzo saludable, más bien lo que abunda en sus loncheras son frituras, galletas chocolate, pastelitos, donas y bebidas con elevado contenido calórico (Reyes-Hernández, D, et al, 2010). Otra cantidad importante de niños no llevan almuerzo, sino que tienen que conformarse con desayuno escolar y los papás aportan un poco de dinero para que complementen el almuerzo comprando algo más en la cooperativa escolar.
Aunque recientemente hubo intervención por parte de las autoridades en salud respecto a los alimentos que se venden en las tienditas escolares, realmente no es eficaz, pues bebidas de cola y algunos tipos de pastelillos de chocolate lograron colarse a la lista de alimentos que los niños pueden consumir.
Además, a últimas fechas la comida rápida es más accesible para la familia común; los fines de semana en lugar de realizar esparcimiento en un parque, padres e hijos se refugian en algún restaurante con juegos a saborear pizzas, hamburguesas y cualquier otro tipo de comida snack, que siempre vienen acompañadas de uno o hasta dos litros de refresco (Vizmanos, B., Hunot, C., Capdevila, F., 2006; Fausto, J, et al, 2006).
Los adultos debemos pensar también en nuestra salud y consumir mínimamente este tipo de productos, así los niños nos imitarán si les invitamos fruta o alimentos cocinados en casa en vez de comida rápida. Asimismo debemos procurarlos y cuidar lo que consumen en la escuela, disminuir el consumo, mas no eliminarlo, pues de vez en cuando también es buena una golosina.
Considerando que también el estado de ánimo influye en la cantidad de comida que se consume, no solamente debemos fijarnos en los hábitos de alimentación y ejercicio de los niños, sino también en cómo se sienten en el ambiente en que se desenvuelven, mostrar interés por su forma de pensar y por sus sentimientos a fin de que estén cómodos y satisfechos con su entorno (Bersh, S., 2006)
En resumen, los niños de hoy, a consecuencia del estilo de vida de los padres, ya no hacen actividades físicas, son más sedentarias, consumen en exceso alimentos procesados ricos en carbohidratos y grasas, han dejado de comer verduras y beber agua y se han vuelto responsables de sí mismos.
Es de suma importancia observar las consecuencias de que se padezca obesidad; las personas obesas no solamente están expuestas al escarnio social, pues son estigmatizadas, relegadas de los grupos de juegos o de trabajo, a pesar de su potencial, sino que también se ha demostrado que la obesidad se relaciona con la presencia concomitante de diabetes tipo 2, hipertensión arterial, dislipidemias, enfermedad arterial coronaria, enfermedad vesicular, osteoartritis, problemas respiratorios y diversos tipos de cáncer (Monteverde, M, Novak, B., 2008).
El hecho de padecer obesidad y, adicionalmente otra enfermedad, puede llevar a la persona a sentirse inconforme con su aspecto, cuya consecuencia puede ir en dos vertientes, una persona que tendrá una mala calidad de vida o que pretenderá ser delgada a toda costa, logrando otro estado que también será sumamente grave, la anorexia.
Entonces, ¿nos preocupamos o nos ocupamos?
Hemos mencionado hasta el momento que la obesidad, como enfermedad multifactorial, tiene un sinnúmero de causas y que la herencia genética es un factor importante. Sin embargo, hay una buena cantidad de cosas que podemos hacer para evitar que nuestros niños la padezcan.
Aunque muchas personas piensen que el gobierno y las instituciones de salud social son responsables de brindarnos programas que nos ayuden a alimentarnos en forma saludable y a mantener en control nuestra salud física y mental, es obligación de cada persona hacerlo.
De hecho, las autoridades en salud opinan que ningún programa será efectivo si el núcleo familiar no participa activamente y se responsabiliza de las consecuencias de los hábitos de la familia actual.
Debemos lograr un equilibrio entre permitir que los niños sean autónomos para enseñarles a cuidar su cuerpo desde pequeños, para esto, no debemos someterlos escarnio y burla por su aspecto, pues podemos educar adultos inconformes consigo mismos.
Por el contrario, debemos empezar por educarnos nosotros mismos, cambiar nuestro estilo de vida, comer balanceado y en un horario adecuado, fomentar la actividad física en familia y ser partícipes de los programas de salud que estén a nuestro alcance, para que podamos educarlos con el ejemplo. Seguramente no veremos los beneficios de manera inmediata, pero será alentador pensar que nuestros hijos serán adultos sanos y estables.
Reza el refrán genio y figura, hasta la sepultura, sin embargo, es imprescindible luchar contra nuestro yo interno y la modernidad, a la vez que fijarnos el firme objetivo de cambiar nuestro estilo de vida, para que nuestros niños nos imiten y disminuya el riesgo de obesidad.
La pregunta que surge en estos momentos es ¿tendremos la capacidad de hacerlo? ¿Estaremos dispuestos a hacerlo? Recordemos que algún día, todos seremos padres, de tal manera que en nuestras manos tendremos el futuro de esos pequeños.
Lista de referencias
Bersh, S. (2006) La obesidad: aspectos psicológicos y conductuales. Revista Colombiana de Psiquiatría. 004: 537 – 546
Dávila-Rodríguez, M (2005) Epidemiología genética de la obesidad en el noreste de México. Gac Méd Méx 141 (3): 243 – 246
Fausto, J., Valdez, R., Aldrete, M., López, M. (2006) Antecedentes históricos sociales de la obesidad en México. Investigación en Salud 002:91-94
Gillman, M, Rifas, S, Camargo, C, Berkey, C, Frazier, A, Rockett, H, Field, A, Colditz, G. (2001) Risk of overweight among adolescents who where breastfed as infants, JAMA 2001; 285:2461-7
INEGI (2010) Estadísticas a propósito del día del niño. Recuperado el 09 de octubre del 2010 de http://www.inegi.org.mx/inegi/contenidos/espanol/prensa/aPropositom.asp?s=inegi&c=2689&ep=11
Instituto Nacional de Salud Pública (2006) Encuesta Nacional de Salud y Nutrición Recuperado el 09 de octubre del 2010 de http://www.insp.mx/ensanut/ensanut2006.pdf
JANO, (2010) El hipotálamo decide porqué personas que comen lo mismo no engordan igual. Recuperado el 06 de octubre de 2010 de http://www.jano.es/jano/actualidad/ultimas/noticias/janoes/hipotalamo/decide/que/personas/comen/mismo/no/engordan/igual
Li, S; Zhao, J; Luan, J; Ekelund, J; Luben, R; Khaw, K; Wareham, N; Loos, R. (2010) Physical Activity Attenuates the Genetic Predisposition to Obesity in 20,000 Men and Women from EPIC-Norfolk Prospective Population Study. PLoS Med 7(8): e1000332; Recuperado el 06 de octubre de 2010 de http://www.plosmedicine.org/article/info:doi/10.1371/journal.pmed.1000332
Monteverde, M, Novak, B. (2008) Obesidad y esperanza de vida en México. Población y Salud en Mesoamérica 6 (001): 1 – 13
Moreno, L., Toro, A. (2009) La televisión, mediadora entre el consumismo y obesidad. Revista Chilena de Nutrición 36 (1): 46 – 52
OMS (2010) Cifras y datos: 10 datos sobre la obesidad. Recuperado el 07 de octubre de 2010 de http://www.who.int/features/factfiles/obesity/facts/es/index9.html
Ramos, A (1999) Genética de la obesidad. Rev Endocrinol Nutric 7(3):97-99
Remesal, R. (2002) Aspectos psicológicos de la obesidad infantil. Recuperado el 10 de octubre de 2010 de http://fondosdigitales.us.es/tesis/tesis/608/aspectos-psicologicos-de-la-obesidad-infantil/
Reyes-Hernández, D.; Reyes-Hernández, U; Sánchez-Chávez, N; Alonso-Rivera, C; Reyes-Gómez, U; Toledo-Ramírez, M; Ramírez-Ponce, B. (2010) Alimentos contenidos en loncheras de niños que acuden a un preescolar. Recuperado el 23 de septiembre de 2010 de http://www.imbiomed.com.mx/1/1/articulos.php?method=showDetail&id_revista=21&id_seccion=581&id_ejemplar=6343&id_articulo=63176
Rodríguez, R. (2006) La obesidad infantil y los efectos de los medios electrónicos de comunicación. Investigación en Salud 002:95-98
Tene, E; Espinoza, M; Silva, M; Girón, J.(2003) El peso elevado al nacer como factor de riesgo para la obesidad infantil. Gac Méd Méx 139 (1): 15 - 20
Vizmanos, B., Hunot, C., Capdevila, F. (2006) Alimentación y obesidad. Investigación en Salud 002:79-85
No hay comentarios:
Publicar un comentario